Compartimos juntos simplemente una caja de cigarrillos y un par de copas furtivas en medio de un local cualquiera. Nos acompañábamos porque nos tocaba, porque la situación lo requería. Y a pesar de ser un papel obligado, lo interpretábamos bastante bien. Como dos jóvenes en medio de una clase de teatro improvisada.
La luz provenía de una lámpara situada muy bajo, dando una sombra larga que hacía fantasmales las expresiones.
Pegados los labios al cristal
del vaso eterno que no
declinaba la partida
hacia ninguna
posible
jugada.
Convencidos de que el instante era profundo y de que siempre lo recordaríamos, que nunca se nos perdería en lo eterno pero fragil de la memoria.
En un espacio conjugado
imposible como el
infinito.
-Ya te dije que no sabía escribir nada decente.
-Continúa...
Los cementerios de silencios nunca cierran
sus puertas a las moribundas almas
que gritan tan callados, buscando
decirse a ellos mismos dónde
queda lo buscado.
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