jueves, 15 de abril de 2010

La manzana colgada


Recuerdo esta historia como borrosa, con los detalles imprecisos por el tiempo. Detalles olvidados, como los de una película que habías visto anteriormente, pero que olvidaste porque el olvido es así: se lleva lo que quiere. Simplemente hablar de ella hace que vuelva a suceder.

Antes las tardes caían menos pesadas, eso si que lo recuerdo perfectamente. Es un recuerdo imparable, casi obligatorio: como el tiempo devora los momentos, llevándoselos muy lejos. Demasiado lejos para nuestro pequeño afán de seres humanos. Allí donde no podemos alcanzarlos. Ahora, el tiempo se deshace entre nuestras manos, viendo como caen las cosas que intentamos coger. La impotencia se estrella con ellas en el suelo y aquí nos encontramos nosotros: observando como los siete años de mala suerte afectan a nuestra ya abrumada por sí sola vida.

Corren las líneas como coches por el carril izquierdo, con prisa por llegar hacia ningún sitio. Mientras, la vida transcurre en el otro sentido, con un hilo musical perfecto. En la dirección opuesta. Yo fumo, mientras guío con suavidad al coche por el asfalto. Intentando llegar a un destino seguro, deseando frenar suavemente para apagar el motor en el garaje de casa. Quitarme el cinturón de seguridad y bajarme del coche. Pero nunca nadie está esperando a que bajes de él. Nunca nadie te pregunta por aquel viaje: ése viaje que hiciste sólo, buscando una salida, una respuesta, un por qué. Ese misterioso Por-Qué.

Pero Por y Qué suelen llevarse mal juntas. Ese porque, que queremos escuchar siempre a tiempo. Pero que siempre hallamos la respuesta cuando de nada sirve actuar. Aquí es donde surge la idea de viajar hacia un pasado conocido, para cambiar el rumbo del presente. Para evitar haber preguntado el famoso Por-Qué. Para evitar condenarnos por las palabras dichas sin medida.

Hoy despierto con otro nuevo nombre para mí. Será distinto del de ayer, donde fui otra persona que recordaba sueños; mañana, seré otro nuevo hombre. Es imposible saber quienes somos hasta que lo dejamos de ser.

La manzana sigue colgada en el hilo: pero no hay dos bocas que luchen por llevarse un bocado, besándose por equivocación. Besos fugaces, cortos y sin sentido.

Desearía no haber colgado aquella manzana. Desearía no poder imaginar estas líneas -y todas aquellas que otro día te escribí-. Desearía no haber probado aquel primer beso equívoco, como deseé tanto tenerlos en abundancia. Desearía no haber desgastado tantas lágrimas saladas intentando escribir una poesía perfecta. Desearía no haberme creado una banda sonora para cada momento. Desearía que no tuviese el sentido que ahora tiene cuando la escucho. Desearía borrar tu recuerdo y que fueses como una más. Y mas que nada, desearía que el sol amaneciese contigo y conmigo una vez más.

Ya sólo me encuentro cómodo entre humo denso, que me acolcha los oídos y me serena el alma. Invocando a este olvido del que ahora quiero ser un fiel amigo. Este que borra el tiempo. Que borra las tardes ahogadas esperando. Fumando mientras espero que el día cambie. Que el móvil vibre en la mesilla, tener un correo nuevo. Algo.

Es imposible no escupir esta lluvia de ideas absurdas. Como mi viejo amigo mira las algas en los retretes, yo no paro de observar que entre la saliva y los mocos hay un poco de sangre de esta vieja herida. Esa herida que se abrió algún día, en un lejano pasado. En un tiempo en el que no concebía lo que era-es-será.

Algún día le encontrarán explicación.
Y volveremos a nombrar a aquel Dios que un día tuvo su reconocimiento.
Al que se le rinde tributo sin quererlo.
Un tributo cálido.
Como el calor de aquellos labios fríos.

Creeremos algún día, en el amor.

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