jueves, 15 de abril de 2010

Explicación Irracional



I.

Llevo varias noches sometiéndome
al profundo psicoanálisis; con la misma
meticulosidad que pienso en aquello.
Por mas que miro directo a la ventana
de mis sentimientos no diviso a primeras
una breve explicación sincera.

Recuerdo un día en que la niebla ahogaba
el respirar de los transeúntes; y eso, a mí
me gustaba. Caminaba, como ingrávido, dejando
a mi paso largas líneas nunca jamás reveladas.

Cuentan que un día la vieron: vestida con su
habitual inocencia, sin una cara demacrada
por el malestar del tiempo, las ironías del destino
y las torceduras de pata de la vida.

Yo también fui consciente de aquel milagro
en una difusa y clara mañana, entre espejismos
y nuevas miradas. Continué camuflado, observándote
desde lejos, en la distancia.

Después de encomendarme a mil y una musas
en noches de desvelo eternas como páginas
por rellenar y versos inútiles lanzados al humo
que dibuja un cigarrillo y que consume el tiempo;
como si éste no existiese en sí: el cigarrillo
es el que marca el suceso de los acontecimientos.

Una mañana estaba aquí, lo recuerdo: reflejándose
en lo dorado de sus cabellos. El tiempo avanzaba
demasiado rápido, temiendo pararse alguna vez.
Encontré la conformidad entre sus formas una noche
mientras veía el cielo reflejado en sus ojos.

La constelación perfecta. El infinito se pierde justo ahí:
en la profundidad de la mirada pasiva, sin prisa.
Yo saboreaba cada gesto, cada recuadro de perfecta
fotografía, cada línea de poesía. Los suaves aromas.

Fue el mejor secreto nunca jamás revelado: aquella escena perfecta.
Recuerdo aquella historia, como una película, desde el instante
en que abandoné la sala. Terminó la película de la sesión de madrugada.

Esta mañana parece que he caído de la cama
y con el golpe me he llevado tres de las vidas
que me quedaban. Al despertar he comprobado
que aquel sueño tan real, es ilusión en la retina.

Entonces encuentro que no entiendo
absolutamente nada.

Mortifico mi subconsciente en convulsas
líneas llenas de nostalgia. Entre humos
me acomodo en esta triste velada, consumiendo
el cuerpo que antes flotando estaba.

Entre melodías me pierdo
como en las calles de una ciudad
innombrable, irreconocible
irracional como
este débil testimonio
de todo lo que
podría decir de la parte
de demonio
que tiene
el amor.

Tu no bajarás
de allí nunca;
es una pena
no poder volver
a subir y
verte.





II.

Escribo de nuevo testimonios de ayer
cuando quedan conjugados en el hoy
formando historia, de la que debo hablar.
¿Quién lo hará sino yo?

Anduvimos entrecruzados por la misma
vía de tren, aquella que no llevaba hacia
ningún destino fijo -el viento, marcaba
la invisible ruta que tenía que forjarse-.

Todos, al fin y al cabo, regresamos al
infortunio de nuestras viejas y aburridas
vidas; carentes de sentido profundo, ciegos
guiados por el olor de lo momentáneo.

En medio de la plaza del olvido; allí donde
todos andan confusos sin un destino que les
guíe una ocasión para brindar con la felicidad,
un instante con el que sentirse alguien.

En una encrucijada aparentemente sencilla
Si o no. Bien o mal. Fuera o dentro. Lejos y cerca.
Y en medio no queda sitio para un corazón
roto por la incoherencia de lo incomprensible.

Se abandona al destierro aquel marinero
que nunca tuvo tierra, que fue sincero
con su misión, que nunca ocultó su pasión.
Finalmente mueren las ansias y la ilusión.

Envidio, a la vez que odio, ese falso sentimiento
enmascarado. Aquella falta de pasión con la que
se devoran los jóvenes ansiosos por probar
el elixir de lo evanescente, de lo volátil.

Reconozco que yo también soñé una vez con
devorarte de aquel modo, con el ansia de la
primera vez, con la furia calmada después
de tumbarme abatido a tu lado.

En pensamientos, sólo, relleno perfectamente
el hueco que dejaste donde recuerdo todas
las noches furtivas que entre sueños combatimos.
Trago aire sucio y de nuevo contengo un suspiro.




III.

Esta vez no puedo maldecir ninguna
de las palabras aquí utilizadas.
Porque después de todo, esa misteriosa
divinidad nunca quedará perdida.

Se resume entonces todo a no haber
cambiado de vida, y la única manera
de solucionarlo sea olvidar que exististe
cualquier fría mañana de este triste enero.

Pero cómo olvidar aquel dulce sabor de
un verso, dicho por tu presencia y escrito
con esta misma mano que ahora se condena
en son de retirada, blandiendo blanca bandera.

Desaparecer está de más, incluso si debiese hacerlo
seguirías aquí por mucho mas tiempo del que imaginas.
Muchas canciones dirán cierto lo que creo posible.
Tú cualquier día despertarás con otro nuevo nombre.

El tiempo hará que yo también lo haga, que confíe
de nuevo en la adversidad sus inclemencias,
entregue sin mirar de nuevo el hábito de penitente
que cuesta tanto llevar algunas veces.

No clamaré venganza, ni reclamaré una segunda
oportunidad exigiendo que conmigo regreses.
No diré tu nombre nunca en vano, quedará siempre
guardado entre líneas que otro día escribí.

Todo esto es por no quemar toda la poesía y
arrasar en vano con todo lo que ayer me definía.
Son cientos de líneas que se esgrimen con paciencia
cada delicado momento, estropeado con palabras.

Nunca quedará una poesía acabada, como no quedan
resueltos los grandes misterios que esconden sus causas.
Aquí nunca expresaré lo que intentaba explicarme a mí
mismo, justo en esta humilde y solitaria madrugada.

Pero apago y desconecto
este humilde cuerpo
que agotado por
pensar en vano
se consume.

Sólo puedo decirte
lo mucho que lo
siento.

Volvería a cada momento
en los que el tiempo
volaba, sin condenarse
a ser eterno.

Jack Red. Salamanca, (9-2-2010)

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