domingo, 10 de abril de 2011


Árboles


Nº 0904-2011: Ergo.

Desde una esquina, apoyado contra un muro Jack Red está fumándose un cigarro. No le gustan las acumulaciones de gente. Y allí había demasiada gente. En su mente deambulan pensamientos extraños y distintos entre sí. Sugeridos por la sucesión de acontecimientos del momento, fruto de una relación causal entre momento, recuerdos y experiencias pasadas. La multitud ruge, es un sumar constante de conversaciones, como las gotas de lluvia forman el sonido del aguacero. Pero el aguacero conserva su belleza natural. Entre los grupos de gente corre el alcohol, lo que une de un modo seguro a todas las personas allí. También hay otras cosas, como el inicio de la primavera, la llegada del calor y las ganas de jodienda. Aquí las intersecciones son virtuales, como hilos invisibles que van desde un punto hasta otro. De vez en cuando una joven levanta la mirada y ata un cabo momentáneo, espontáneo, fruto del azar. Su mirada ha cruzado con la de otro chico. Durante un segundo ambos han sido testigos de ser observados y observar al mismo tiempo e inconscientemente el cerebro prefiere mirar hacia otro lado, posiblemente sea por que anteriormente hubo un trauma amoroso de por medio. Quién sabe. El caso es que pasa. Luego da igual, pasa lo que para. Simplemente llegamos a nuestras casas, nos quitamos nuestras máscaras. Y mañana será otro día (en el mejor de los casos).

La música suena de lejos, las ondas vienen rebotando por los callejones hasta llegar a la plaza. Hoy en día poca gente entiende la música. Casi siempre es excusa para bailar o hablar encima de ella, sin prestar atención. Sin escuchar música. Escuchar música es difícil, requiere tiempo, concentración, ganas y, sobre todo, hay que abrir la mente. La música es algo más que un conjunto de notas, hay un trasfondo enorme. Normalmente no sabemos darle el respeto que se merecen algunas cosas. De esto no tenemos culpa nosotros solos, aunque somos los únicos que podemos remediarlo. Pero realmente no está muy fácil eso que llaman cultura. Si no, ¿de dónde sacarían los políticos e imbéciles que nos dominan el dinero para sus lujosas mansiones e interminables riquezas? Y de tal palo, tal astilla. Jack recuerda que desde niño cerraba los ojos para sentir mejor los instrumentos. Subía el volumen hasta el máximo. A pesar de que su padre le avisaba que acabaría sordo si no lo bajaba. “Quiero escuchar los detalles, papá”.

Solo queda resignarse y seguir la corriente. Aceptar que el virus nos ha carcomido ya y dejar que llegue el final cuando tenga que llegar. Pero también esta la opción (más difícil) de combatir contra el curso de la historia, romper ese ciclo que nos hace caer en los mismos errores de siempre. Superarse, aprender, disfrutar de la vida y sus pequeñas cosas. Jack piensa todas las mañanas en estas cosas. Pero como todo ser humano, falla.

Han dado las dos de la madrugada en el reloj del ordenador. Automáticamente su mirada perdida en la nada se ha desvelado al fijarse en cómo avanza el reloj. Reflejo de estar esperando algo, impaciente. Pero sabe que no espera nada. O que lo que espera no vendrá, condenado a un círculo vicioso en el que sabe que a la vez es pez, agua y el mismísimo jodido círculo que dibuja.

Un cigarro más y a la cama. En esta frase “cigarro” y “cama” pueden ser muchas cosas.




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