Pierdo el hábito
de mirar a los ojos
cuando hablo,
busco impaciente
el palpitar
de otros labios,
escruto mi mente
en busca de senderos
abruptos que me conduzcan
hasta ti; hasta lo que un día fuiste.
Hago a este recital
de versos testigo
indirecto de mis entrañas
cocinadas al vapor en una
vieja olla oxidada que nunca
pudo aguantar todo el calor.
Vuelvo a reencontrarme cuando vuelo
con filas alas de papel
por aquellos parajes
donde te dejaste ver mientras el suelo
avanza sin dejarse contemplar
y en la distancia los kilómetros
se notan mucho más.
Y surgen,
miles de historias que nunca te conté.
Las miradas vacías
insertadas en una parte de la realidad
inactiva, atemporal, estridente; como cuando
nos devorábamos inconscientes sin tener en cuenta
el peso del dolor.
Mientras miro las siluetas
en blanco y negro de aquella
playa y su mirada quieta
observando el ruido de la ola al romper.
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