domingo, 8 de agosto de 2010

Diario de vuelo

Un infinito horizonte

se extiende

delimitando un suave

suelo

de nubes de terciopelo.


La metáfora se hace

a veces real

demostrando los desajustes

del juego.


Este trasto se inclina pero

me siento

cómodo pensando en

que aunque caiga

el suelo siempre queda

demasiado lejos.


Las turbulencias hacen

que me vea

con Jack, Sawyer y

algún calvo

cualquiera; pero las

circunstancias favorecen

tocar tierra con

los pies.


Atravieso en descenso ese

frágil manto del que

antes hablé

deslumbrándome el sol la

cara y escuchando

ruido de arcadas

que me recuerdan

a los bares.


Tiembla avión

tiembla:

a mi no me vas

a acojonar.


Desciende a infinitos

kilómetros por hora:

caer con la gravedad

nunca está de más.


Si en la hecatombe nos vemos

estaré en el baño

colocándome con el jabón

mientras desabrocho a alguna

azafata los botones del

pantalón.

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