Un infinito horizonte
se extiende
delimitando un suave
suelo
de nubes de terciopelo.
La metáfora se hace
a veces real
demostrando los desajustes
del juego.
Este trasto se inclina pero
me siento
cómodo pensando en
que aunque caiga
el suelo siempre queda
demasiado lejos.
Las turbulencias hacen
que me vea
con Jack, Sawyer y
algún calvo
cualquiera; pero las
circunstancias favorecen
tocar tierra con
los pies.
Atravieso en descenso ese
frágil manto del que
antes hablé
deslumbrándome el sol la
cara y escuchando
ruido de arcadas
que me recuerdan
a los bares.
Tiembla avión
tiembla:
a mi no me vas
a acojonar.
Desciende a infinitos
kilómetros por hora:
caer con la gravedad
nunca está de más.
Si en la hecatombe nos vemos
estaré en el baño
colocándome con el jabón
mientras desabrocho a alguna
azafata los botones del
pantalón.
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