Hay
historias que no tienen un final claro. Casi siempre vagamos solos por la vida,
perdidos, sin saber hacia dónde ir. Esperar puede ser un reloj de arena
infinito, asfixiante como la arena del desierto en medio del desierto. Las direcciones son cruces sin sentido. El latido todavía demuestra que hay
esperanza. La multitud se agolpa sin saber por qué. Somos seres inconscientes a
veces cuando el instinto nos gobierna.
Las
farolas de esta calle esta noche están de huelga y no se escuchan zumbidos
eléctricos. A los genios del barroco me encomiendo cuando mis oídos están
cansados. Cuando la mente patina en un barrizal como la cuerda de un coche
atascado. Cuando mirar al folio en blanco es como contemplar el mar en calma. Inmóvil, paciente, ordenado, sin ninguna
prisa por ser atravesado.
He soñado miles de veces cuantos pinchos me
quité de los calcetines al atravesar aquel descampado, donde todavía mi alma
era inocente. Cuando no sabía la fuerza
exacta que podía llegar a tener el amor. Ahora las circunstancias no se
volverán a repetir. He escrito tantas palabras, que jamás podré recordarlos y
todas ellas hablan sobre ti. Después de eso viene la parte en la que nunca
acabo por contarte que sigo enganchado a tu esencia. Cicatriz que no acaba de
curarse. Nervioso impulso que descontrola la compostura. Huyo por los
callejones cuando el corazón se acelera tanto que no puedo aguantarlo. Cuando
en el fondo de tus ojos leo el recuerdo en una milésima de segundo. Sueño de
una noche de verano primaveral. Sólo queda de ti la letra de una canción y
miles de versos por ahí.
La
madrugada ha llegado a su destino. El sol ya está caliente para salir y mis
penas se van andando agarradas de la mano hacia ningún lugar, pero yo ya no las
escucho.